martes, 30 de enero de 2007

Death in the Afternoon - E. Hemingway

Cuando están juntos y caminan en manada, los toros son tranquilos, porque les da confianza el sentimiento del número, y el instinto gregario les hace seguir al conductor. Todavía se conduce a los toros de esta manera en las provincias alejadas de las vías férreas y se ve algunas veces a alguno de ellos desmandarse, es decir, distanciarse de la manada ocasionalmente.
Un año que estábamos en España, la cosa sucedió ante la última casa de un pueblecito de la región de Valencia. Un toro tropezó y cayó, y los otros le habían rebasado ya cuando se puso en pie. Lo primero que vio fue una puerta abierta, en donde estaba un hombre; cargó sobre él, le echó a lo alto, lo lanzó hacia atrás por encima de su cabeza. En la casa no vio a nadie y el toro entró por las buenas. En un dormitorio había una mujer sentada en un sillón. Era muy vieja y no había oído nada. El toro hizo trizas el sillón y mató a la vieja en un santiamén. El hombre que había lanzado al aire cuando estaba en la puerta apareció con una carabina para proteger a su mujer, que yacía en un rincón, a donde el toro la había arrojado. Disparó casi a quemarropa pero no hizo más que rozarle los lomos. El toro se lanzó sobre el hombre, le mató, vio un espejo, se abalanzó sobre el espejo, embistió e hizo trizas un gran armario antiguo y luego salió a la calle. Avanzó un poco, encontró un caballo y una carreta, embistió y mató al caballo, derribando la carreta. El conductor se había quedado dentro. Los mayorales de la manada, mientras tanto, se habían dado cuenta de lo sucedido y volvían por el camino al galope de sus caballos, levantando una nube de polvo. Hicieron adelantarse a dos bueyes, que atraparon al toro, y tan pronto como se puso un buey a cada uno de sus flancos, la giba de su espalda se bajó, agachó la cabeza y, trotando entre los dos cabestros, se reintegró tranquilamente a la manada.

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