miércoles, 31 de enero de 2007

Pablo de Santis
Hubo una época en que las tapas de los libros formaban parte de aquello que leíamos. Anunciaban el argumento, nos ponían en clima, e inclusive ofrecían una interpretación. La portada no se resignaba a ser, como ahora, un envoltorio, un exterior.
Las tapas que más recuerdo son amarillas: las de editorial Tor, y también las de la colección Robin Hood, de la editorial Acme. En su mayoría estas últimas estaban en manos de Pablo A. Pereyra, que se ocupó tanto de las novelas de aventuras como de las románticas. Las escenas sugerían la acción pero a la vez la congelaban.
Las novelas estaban ilustradas, casi nunca por el mismo autor de la portada, y los dibujantes se detenían en las escenas fundamentales de la trama, anticipándose al trabajo que luego haría la memoria del lector. Porque también nosotros, lectores, no recordamos aquellas novelas como un fluir de acontecimientos conectados entre sí, sino como una serie de estampas aisladas, y entre unas y otras, la sombra. Los ilustradores, al dibujar, olvidaban.
Cuando tenía quince años se acumulaban en las mesas de oferta de la calle Corrientes los libros de la editorial Tor. Eran ediciones tan baratas que la gente los compraba de a diez. Había tal cantidad de libros que pensaba que nunca se iban a acabar y que siempre estarían a mano.
Frente al despliegue de rubias escotadas, cadáveres, armas de fuego y sangre de Tor me llamaba la atención las portadas de El Séptimo Círculo, con los dibujos cubistas, casi abstractos, de José Bonomi. Los dibujos prometían una ficción intelectual; y coincidían con las novelas en insinuar que el juego tenía la forma de un rompecabezas.
Las tapas más perturbadoras fueron las que la editorial española Molino dedicaba a las novelas de Agatha Christie. Eran “collages” surrealistas imaginados con un gusto por la perversión que las novelas no compartían. En Matar es fácil, hay un canario atravesado por un largo alfiler.
Tenemos en la memoria un bibliotecario que elige caminos caprichosos para traer el material a la superficie desde sus remotos estantes. A veces vuelve con una cita, o con un argumento bien armado; en otras ocasiones trae apenas una página rota en la que no se lee casi nada. A los libros que leímos hace mucho tiempo, los busca a partir de la portada.
Cultura y Nación, Suplemento de Cultura, 23/4/2000

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