martes, 30 de enero de 2007

Gandhi, Giorgio Borsa

En la noche del 30 de enero de 1948, dos jóvenes sostenían los débiles pasos de una anciano a cuyo paso la gente se inclinaba, también se inclinó un fanático militante de una organización hindú extremista que empuñaba en su bolsillo una pequeña pistola. Cuando el Mahatma, Monadas Karamchand Gandhi, pasó delante de él, apretó repetidas veces el gatillo. Gandhi dio aún dos o tres pasos y luego cayó murmurando “¡Oh, Dios!”. Así terminó a los 78 años la vida de este hombre extraordinario que, nacido un 2 de octubre de 1869 en Porbandar, estado de la India, luchó durante toda su existencia para afirmar un ideal de no violencia y de amor y cayó víctima de las mismas pasiones que había tratado de exorcizar. Millones de compatriotas lo lloraron y el mundo entero sintió un hondo pesar ante su muerte, pero toda esta imponente manifestación de dolor no logró disimular la realidad: “Había llegado al fin de su vida sin mancha, honrado y venerado pero, en el fondo, solo y derrotado”.
Porque sus ideales eran demasiado elevados como para que pudieran alcanzar el triunfo. Lo que para otros líderes hindúes era una política, una técnica de agitación que se podía aceptar o abandonar según las conveniencias, era para él una concepción de vida, una profesión de fe, la búsqueda de la verdad: y la verdad es Dios. “La no violencia, el amor, es la luz a la cual se me ha aparecido la verdad: y al independencia no es más que parte de esta verdad”. Más que un político, Gandhi fue un héroe religioso pese a que la religión no se identificaba para él con este o aquel credo, sino con la búsqueda de la perfección interior. “La religión debería impregnar todos nuestros actos. Entendida de este modo no se identifica con ninguna secta. Es esencialmente la fe en un orden moral que gobierna el universo. Trasciende al hinduismo, al islamismo y al cristianismo. No los sustituye, pero los armoniza y les da un contenido de verdad”. Gandhi luchó toda su vida por introducir en la política de su país un fundamento ético-religioso y en un mundo dominado todavía por la violencia, al razón de Estado, el fanatismo ideológico y confesional, y el racismo, enseñó que el deber de la sinceridad, la lealtad, el amor y el respeto por el hombre son variables que están primero y por encima de cualquier otro valor.

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