domingo, 28 de enero de 2007

Y una vez me contó algo impactante. Porque yo como salteño he sido muy mujeriego, hasta que me casé con una alemana que no me deja ni moverme. Una tarde estábamos conversando y Borges me dice: “Ah, Clemente, hay tal chica que siempre viene y pregunta por usted”. Y se reía. Y le pregunto a Borges: “Dígame Borges, ¿usted alguna vez estuvo enamorado?”. No sé si con esas palabras o más o menos así. “Sí –me dijo él-, yo vivía en Pueyrredón y Las Heras, tenía dieciocho años, y tenía una novia que vivía en Villa Urquiza”. Era la época en que todas las jóvenes se querían casar. Y me dice: “Tenía una amiga que vivía en Villa Urquiza, entonces habíamos quedado –como era la costumbre- en vernos los jueves y los sábados de siete a nueve”. Antes era así, ahora entran los tipos y arreglan las cosas como quieren. A lo mejor entra el padre de la chica a la casa y encuentra al tipo comiendo ahí...Antes había una hora, y había un zaguán ahí, de recepción. “Entonces –dice-, quedamos en encontrarnos los jueves y los sábados de siete a nueve. Y un sábado yo tenía mucho tiempo y salí para allá después de comer, a la una de la tarde, y me iba caminando”. Y yo le pregunto por qué hacía eso. Y me contesta: “Porque sentía que ya estaba yendo”. Él ya estaba yendo. Se iba caminando desde Pueyrredón y Las Heras hasta Villa Urquiza, de una a siete son seis horas de camino...pero ya estaba yendo. No esperaba hasta las seis para tomar el tranvía. Él ya a la una estaba con su cabeza allá.

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