miércoles, 31 de enero de 2007

DELFINA E HIPÓLITA - Charles Baudelaire

A la luz pálida de las lámparas murientes,
Sobre blandos cojines impregnados de olor,
Hipólita soñaba con lso besos potentes
Que alzaban la cortina de su joven candor.

Buscaba con mirada que turbó la extrañeza
El firmamento de su inocencia ya lejana,
Lo mismo que un viajero vuelve la cabeza
Al azul horizonte que cruzó de mañana.

Las perezosas lágrimas de sus ojos velados,
Su estupor, su fatiga, su sombría locura,
Sus brazos como inútiles armas abandonadas
Todo a adornar servía su frágil hermosura.

Extendida a sus pies, calma, de gozo presa
Delfina la acechaba con sus ojos ardientes,
Como un animal fuerte que vigila una presa
Tras de haberla primero marcado con los dientes.

Bella fuerte de hinojos ante una frágil bella,
Husmeaba voluptuosa el triunfo de su intento,
Como un vino, y soberbia se inclinaba hacia ella
Cual para recoger dulce agradecimiento.

De su pálida víctima en los ojos buscaba
El mudo cántico que el placer canta en su giro,
Y aquella gratitud, infinita y esclava,
Que sale de los párpados como un largo suspiro.

-“Hipólita, lama mía ¿qué dices de estas cosas?
¿Te has dado cuenta ahora de que no hay que entregar
el sagrado holocausto de tus primeras rosas
al rudo soplo que las pudiera marchitar?

Mis besos son ligeros cual los de las estrellas
Que acarician de noche los lagos transparentes;
Pero los d tu amante cavarían sus huellas
Cual las d una carreta o de un arado hirientes.

Sobre ti pasarían como una caravana
De caballos y bueyes con cascos sin piedad,
Vuelve pues ese rostro, Hipólita, oh mi hermana,
Tú, alma y corazón mío, mi todo y mi mitad,

Torna a mí de tus ojos los azulados cielos,
Por sólo una mirada de encanto sin confín,
De placeres aún más oscuros, alzaré el velo,
Y habré de adormecerte en un sueño sin fin!”

Pero Hipólita entonces, levantando la frente:
“-No soy ingrata, Delfina mía, ni me apena
tu amor, pero sufriendo estoy de un mal mordiente,
como después de una nocturna y terrible cena.

Caer sobre mí siento terrores enfermizos,
y vagos batallones de fantasmas oscuros,
Que me conducen por caminos resbaladizos,
Ceñidos siempre por ensangrentados muros.

¿Habremos cometido algún negro extravío?
Explícame, si puedes, esta turbación loca:
De terror me estremezco si me dices: Bien mío,
Y sin embargo, siento que hacia ti va mi boca.

No me mires así, oh mi única amada,
Tú, a quien amo por siempre, mi hermana de elección,
Aun cuando para mí fueras firme emboscada,
Y hasta el comienzo mismo de mi condenación!”

Y sacudiendo Delfina su crin volcánica,
Como convulsionada sobre un trípode eterno,
Respondió –la mirada fatal., con voz tiránica:
“-¿Quién, pues, ante el amor, se atreve a hablar de infierno?

Maldito sea para siempre y sin remisión,
El soñador inútil que ideó en su necedad,
Presa haciéndose de un problema sin solución,
En cosas del amor mezclar la honestidad!

El que quiera fundir en un acorde místico
La noche con el día, la sombra y el calor,
Jamás calentará su cuerpo paralítico,
En ese sol bermejo que se llama el amor!

Ve, si quieres, un novio estúpido a buscar,
Corre a ofrecerte para sus besos despiadados;
Y de remordimiento y horror llena a ocultar
Vendrás en mí después tus senos magullados.

No se puede aquí abajo servir a más de un amo!
Pero al criatura, con inmensa pasión,
Gritó de pronto:- “¡Siento que se abre a tu reclamo
En mí un abismo, y ese abismo es mi corazón!

¡Hondo como el vacío, como un volcán quemante!
¡Nada saciará al monstruo gemebundo e insano,
ni la sed de la Euménide calmará, torturante,
que lo quema hasta el fondo con la antorcha en la mano!

¡Que nuestros cortinados nos separen del mundo,
y que sólo el cansancio dé reposo al amor!
¡Yo quiero aniquilarme en tu cuerpo profundo,
y encontrar en tu seno de la tumba el frescor!”

Víctimas lamentables, bajad, bajad de grado,
Descended camino al infierno imperecedero,
A lo más hondo de la sima en que flagelados
Todos los crímenes por vientos de alas de acero,

Bullen mezclados en huracanes bramadores.
Sombras locas, corred del deseo al abrigo;
Jamás conseguiréis saciar vuestros furores,
Y de vuestros placeres se engendrará el castigo.

Jamás un rayo fresco brilla en vuestras cavernas;
Por las grietas del muro las miasmas venenosas
Se filtran y se inflaman lo mismo que linternas,
E impregnan vuestros cuerpos de aromas espantosos.

Reseca vuestra carne y vuestra sed acosa
La infecundidad áspera de vuestra conjunción,
Y hace de la lujuria la ráfaga furiosa
Crujir vuestra piel como un viejo pabellón.

Lejos de toda vida, errantes, condenadas
A través del desierto como lobos fugáis;
Cumplid vuestro destino, almas desornadas,
Y huid del infinito que en vosotros portáis.

1 comentario:

Lucian dijo...

Una obra de esta talla solo puede pertenecer al padre del simbolismo.

Gracias, Baudelaire, Eternas gracias.