martes, 30 de enero de 2007

-“Mis pesadillas son agradables”, dijo hace poco en unas declaraciones. ¿Cómo hace para evitar los malos sueños?
-He aprendido a dirigirlos. Si me enfrento a dos puertas y una me parece que conduce a una pesadilla, entro por la otra. Y si me siento cercado –puede ser que la segunda también sea lago horrible-, me despierto.
-¿Cómo logró ese manejo?
-Es toda una ejercitación. Sé que puede parecer raro, pero la cuestión de controlar el sueño ya la tengo incorporada desde hace tiempo, quizá más de cuarenta años. Además, el presto especial atención: tengo al idea de que soñar aumenta la vida. Permite aprovechar no sólo las horas en que uno está despierto, sino también las que se duermen.
-En sus sueños, ¿nunca se equivocó de puerta y abrió la que se dirige hacia la pesadilla?
-No, jamás. No tengo pesadillas. Mis malos sueños, como mucho, se relacionan con algo que he perdido y eso me hace sentir un poco molesto. O con una historia: voy con una persona a un lugar y, al rato, no la encuentro más. Pero estos episodios no llegan a conformar verdaderas pesadillas.

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