“No me gusta la soberbia. Ni siquiera tolero el amor propio: eso es para las personas que están enceguecidas. Yo prefiero a los que son coherentes y humildes”.
Siempre en su trayectoria demostró que sus palabras no eran en vano, ni siquiera en el instante de la muerte: genio y figura, fue humilde y coherente hasta el final.
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