sábado, 27 de enero de 2007

Más enigmático resulta todavía el caso de Agatha Christie y su personaje, el belga Poirot. Como sabemos, en el año 1976 esta escritora publica una novela titulada Telón, en la que hace morir a Poirot, que además se había pasado al “otro lado”, como muestra de la ambigüedad moral que caracteriza siempre a los defensores del orden establecido. Parecía que Agatha Christie no estaba no estaba dispuesta a que el gordo detective belga la sobreviviera. Efectivamente, a los pocos meses de la aparición de esta novela ella murió también. Lo más sorprendente sin embargo es que, según declaraciones de la propia escritora, Telón estaba escrita desde 1940, y en principio parece que su deseo era que se publicara después de su muerte. Podemos ver aquí un caso de odio anticipado. Parece como si la joven Agatha Christie de 1940 supiera ya que Poirot iba a usurpar una gloria que sólo a ella pertenecía, y decide matarlo antes de dejarlo crecer. Poirot aparecerá desde 1940 en un sinfín de novelas, pero ya es un cadáver. No es un condenado a muerte; está muerto. Imagino lo que disfrutaría Agatha Christie con su secreto y lo que éste supondría como alimento de una perversidad que todos llevamos dentro.
También en el caso de Poirot, como en el de Sherlock Homes, se produjeron infinidad de reacciones y su muerte ocupó durante semanas las páginas de muchos periódicos y revistas. Lo que revela que por parte del lector se producen con sus personajes de ficción favoritismos relaciones complejas, en las que como en las novelas, como en la realidad también, al vida y la muerte, el bien y el mal, se convierten en las dos caras de una misma moneda.
Juan José Millás.

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